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PARA-ÍSO

Actualizado: 27 may


Mi hermano se encuentra en un hogar de reposo. Allí vivió, supe, una experiencia de tortura. Más que una persona iracunda con un diagnóstico psiquiátrico, él es negro; es un cuerpo del cual no hay esperanza de éxito según la sociedad, es un cuerpo que se maltrata porque esa es la única corrección posible para la piel morena. Mi hermana ve cómo su cabello se cae por el uso de productos químicos, que puso en ella para parecerse a la blanquitud, que pone estándares de belleza inalcanzables. Te veo a ti, mamá, pidiéndome perdón porque ahora eres consciente de los traumas que residen en los genes afrodescendientes. “No debí haber sido tan dura”. En ese pedazo de frase se desbloquean simbolismos de la niñez, de nuestra condición karibeña y migrante.


Es allí, en el Karibe, donde los recuerdos y movimientos (re)surgen. El cuerpo tiene memoria y ésta se hereda. [La memoria] Va más allá de lo genético, es espiritual; trasciende la tecnología gráfica de las letras, se asemeja a las lenguas primitivas, aquellas que el pueblo afrikano hablaba. Ese lenguaje era puro, no estaba infestado de nociones europeas o categorías, ni de masculinos totalizantes. Era la lengua de las diosas, eran enunciados que cortaban las distancias con las orishas1. La lengua era el puente, el destino y el fin. Esas sonoridades ancestrales se asemejan a cuando me dices “te amo hijo”. Son palabras con luz propia, con toda una orquesta emotiva de cánticos de resistencia.

La realidad se empezó a dibujar contigo en Siloé, el barrio “más peligroso” de Cali. Quizá más bien en donde se relega a los periféricos de la ciudad. El estado nos dice que no hay otro lugar más para estas corporalidades; por supuesto que era el lugar para nosotros, dos migrantes recién llegados del Karibe: una mamá soltera y violentada, y su hijo raizal, exiliados de la isla.


Todavía mi lengua se retuerce porque hay un kriol2 escondido, unas palabras que quieren ser pronunciadas, pero que no se procesan, porque nos arrebataron un desarrollo tranquilo en la isla donde me concebiste, donde nos abrazaba el océano, San Andrés.

Sabías lo duro de la ciudad, lo despiadado del pavimento con sus habitantes. No querías que fuera víctima directa del racismo que se vive en Cali, el mismo que experimentaste al llegar, negra y rebelde, con un bebé en brazos, negro y noble. Por eso fuiste tan rigurosa, por eso me exigiste las mejores notas en el colegio, porque sabes que el racismo maldice a nivel planetario. Sabías que mi destino estaba muy conectado al color de mi dermis, por eso te enojabas con tanta severidad cuando tomaba cosas sin permiso. Era un mensaje de prevención, porque conoces el triste destino que el colonialismo dictamina en nuestros cuerpos racializados. Creaste toda una Pantera y hoy tengo garras para escribir nuestra historia, para compartir al mundo que eres visible.


Quiero hacerte pequeña, hacernos diminutos. Quiero poder guardarte de la cruel existencia, quizá en el cajón de las medias que huelen a suavizante de canela, o en la frutera con aguacates verdes y gigantes, o seguro entre mi cabello crespo que crece hacia arriba. Allí no te faltarán comidas y podrás dormir mientras te rascas la panza, porque te lo mereces, porque has sobre esforzado tu cuerpo a la merced de las personas blancas a las que sirves y te maltratan. Te retrato, Isolina, en mis letras porque eres eterna.

Recorremos la sábana tropical en forma de águilas. Madre e hijo en una divertida carrera bajo el manto lunar del paisaje.


Tomamos agua de algún estanque y nos arrunchamos sobre las hojarascas de las palmeras. La naturaleza misma nos ordena descansar. Mutamos y nuestras almas viajan inter-continente. Regresan a Abya Yala3 y un zumbido me despierta en medio de la noche. Mi hermano ya está en casa y descansa, mi hermana abraza a su primo menor en medio del frío del apartamento. Te busco y te veo durmiendo, plácida, siempre pendiente, hasta dormida, del mínimo ruido. Abres el ojo derecho y me preguntas qué pasó. Tú pasaste, mami.


Pantera (Gherald J. Taylor Quejada), quien reside en la ciudad de Cali, es fundador del colectivo itinerante @rio.a.mar, docente, narrador y tallerista.


Deidades de la religión yoruba, proveniente de África occidental, y que luego se sincretizan con algunos pueblos negros de Latinoamérica durante la colonización europea.

El Kriol sanandresano es la lengua de la comunidad étnica y ancestral del archipiélago de San Andrés, Providencia y Santa Catalina.

Nombre anterior a la colonización de lo que hoy se conoce como América Latina.



 
 
 

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