UNA ANTROPOLOGÍA DE LA VIOLENCIA EN CUERPOS FEMENINOS El cuerpo de las mujeres, la cognición corporeizada y la violencia colectiva:Un trabajo de Rosa Icela Ojeda
- María Paula Rojas Portugal
- 25 may
- 4 Min. de lectura
Actualizado: hace 6 días

Ojeda Martínez, R. I. (2021). Violación, cuerpo y cognición. Un caso en la Sierra
Tarahumara. Frontera Norte.
La violencia sexual en comunidades indígenas no puede seguir siendo entendida únicamente
como un daño físico individual. El trabajo de Rosa Icela Ojeda Martínez en Violación, cuerpo
y cognición. Un caso en la Sierra Tarahumara (2021), nos invita a complejizar esta mirada y
a incorporar en el análisis otras dimensiones: la cultural, la espiritual y la colectiva.
Desde un enfoque interdisciplinario entre las ciencias cognitivas y la antropología, Rosa Icela
Ojeda, una antropóloga de la Universidad Nacional Autónoma de México, con estudios
relacionados con la primatología y la cognición, analiza la violencia sexual a partir de un caso
etnográfico en la comunidad o’dami de Cordón de la Cruz, en México. Allí, el cuerpo
femenino aparece como un campo de disputa, un territorio simbólico y físico que es
instrumentalizado como táctica de control y dominación en conflictos por la tierra.
La autora expone dos dimensiones de la violencia: la expresiva e instrumental. Una está
relacionada con la acción directa y la crueldad; la otra, con finalidades intrínsecas o
propósitos estratégicos. La violencia sexual en corporalidades femeninas se ha transformado
en un medio para generar un impacto a nivel colectivo; es decir, es utilizada para tomar
venganza, infundir miedo o humillar.
“En estos conflictos, las prácticas violentas sobre el cuerpo como objeto de
ultraje, lucha territorial y colonización, muestran que a menudo la corporalidad
femenina puede adoptar significados asociados a la idea de superficie,
cartografía y tenencia territorial, un locus físico y simbólico sobre el cual se
trazan las normas de la crueldad”(Acosta, 2018; Milán, 2017; Segato, 2014,
citado en Ojeda Martínez, 2021, p. 5).
Lo que demuestra que los cuerpos de las mujeres han sido aprovechados con frecuencia como
estrategia de guerra. Esto se inscribe principalmente dentro de la violencia instrumental,
como lo señala la autora, siendo ellas siempre las sujetas más vulnerables del conflicto.
Uno de los aportes clave del texto es el enfoque de la cognición corporizada. Ojeda critica el
modelo occidental que entiende la mente como un fenómeno aislado del cuerpo y del
entorno.
En cambio, propone un enfoque enactivista que entiende mente, cuerpo y contexto
como dimensiones entrelazadas. Desde esta mirada, el daño no es solo físico o psicológico: es
también cultural, espiritual y social.El estudio que Ojeda aborda mediante dichos conceptos se centra en el caso de Esperanza,
una niña indígena o’dami víctima de violación en la comunidad Cordón de la Cruz, ejido de
Baborigame, en Chihuahua, México. A partir de un peritaje antropológico, la autora examina
las implicaciones de este crimen más allá del daño individual. La metodología utilizada
corresponde a un acercamiento etnográfico mediante entrevistas tanto con la familia de la
víctima como con los integrantes del pueblo en general. Además, se basa en una revisión
documental.
Este caso, permite ver cómo el acto de violencia sexual no solo transforma su vida, sino la de
su familia y su comunidad . Cambian sus dinámicas productivas, su interacción social, y se
profundiza el temor y el desplazamiento. El trauma se inscribe también en el territorio. Así
pues, el acto de violencia sexual implica un daño a nivel físico y psíquico, no solo para la
víctima directa, sino para la familia, el grupo o comunidad, cuya estructura se ve alterada. El
cuerpo, el cerebro y el medio social conforman un conjunto de aspectos entrelazados y
significativos, integrándose como un todo. Se trata de un impacto simbólico, la violencia
sexual se convierte entonces en una táctica de colonización.
La autora sugiere que, para responder adecuadamente a estas circunstancias, es urgente que
las instituciones de justicia adopten una perspectiva culturalmente sensible e informada,
reconociendo que no basta solo con aplicar leyes, se necesita comprender que el daño incluye
impactos relevantes en otras dimensiones y vivencias comunitarias. Solo así se puede avanzar
hacia una justicia realmente transformadora.
Ojeda ofrece una profunda reflexión sobre cómo la violencia sexual trasciende el daño físico
individual para abarcar efectos culturales, espirituales y colectivos. La autora argumenta que
la violencia no es un fenómeno aislado, sino que está enraizada en estructuras de poder y en
dinámicas históricas de despojo y colonización. El estudio de Ojeda representa una
contribución significativa a los estudios sobre violencia de género, despojo territorial y
memoria.
La investigación de Ojeda es, sin duda, un aporte valioso para comprender las complejas
realidades de la violencia en distintos contextos. Resalta la urgencia de abordarlas desde una
perspectiva amplia, situada y contextualizada. Nos recuerda que la memoria no es solo un
registro del pasado, sino un campo de disputa en el presente, un espacio donde se negocian
significados y se reconstruyen relaciones . Visibilizar estas violencias es también una forma
de resistencia. Validar las experiencias de las comunidades indígenas y de las mujeres no solo
repara daños individuales: ayuda a reconstruir el tejido social y cultural que la violencia
busca romper.
Leer autoras mujeres, y en especial aquellas que integran en sus análisis las experiencias de
otras mujeres, es fundamental para pensar una antropología más justa, crítica y situada.
Necesitamos más textos que nos hablen de cómo se habita el cuerpo femenino, desde el dolor,
pero también desde la resistencia y el vínculo con los territorios. El aporte de Rosa Icela Ojeda es crucial no solo por su marco teórico, sino porque pone en el centro las voces y
experiencias de mujeres indígenas, mostrando cómo la violencia —y en especial la violencia
sexual— se inscribe en sus cuerpos como forma de dominación y despojo.
Su trabajo nos recuerda que la etnografía puede y debe ser una herramienta para denunciar,
visibilizar y acompañar, pero también para comprender otras dinámicas, otras concepciones
del cuerpo, del alma, de la salud y del daño. Una etnografía hecha por mujeres sobre mujeres,
con un enfoque situado, nos permite abrir preguntas profundas sobre la relación entre cultura
y violencia, sobre cómo se configuran los significados del cuerpo femenino en contextos
indígenas, y cómo estas marcas no son solo físicas, sino también espirituales y colectivas.
El enfoque que Ojeda construye —desde la antropología, la cognición corporizada y la
escucha comprometida— nos deja ver que el cuerpo de las mujeres no puede entenderse sin
el territorio, sin la historia y sin la memoria. Por eso, este trabajo es también una invitación a
construir una antropología feminista que se atreva a mirar lo que suele doler, lo que ha sido
silenciado, y a nombrarlo con claridad, rigor y cuidado.
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